¿Qué sientes cuando hablas con un amigo? Sus conversaciones son bastante triviales y comunes, se habla de cosas que quieren hacer, que tienen pendiente, que no quieren hacer; hablan de personas, de cómo les fue en el estudio, nada especial. La oración es igual. Entonces, ¿por qué no me dan ganas de hacer oración, pero si de hablar con mis amigos? Porque en la oración entran dos elementos clave que no están en las relaciones humanas: fe y silencio.
Fe: Dios está allí oyéndote, lo creas o no… por eso depende de ti creer que está allí. Es como si tu artista favorito te llamara y tú dudes de que sea él o ella solo porque no lo oyes cantando como lo oyes habitualmente. Dios está allí.
Pero solo “sentirás” la oración si realmente crees que hablas con Él (y en verdad, no es sentirlo, es saberlo).
Silencio: un amigo te escribe un mensaje: “te tengo que contar algo. Debo verte ASAP”. Cuando se ven, van a un sitio apartado a hablar, donde nadie los interrumpa. Y si tienes buenas costumbres, a partir de un determinado momento cuando te preparas para hablar, dejas de revisar los mensajes y las redes, para silenciar tu mente y escucharlo mejor.
Le prestas la mayor atención, porque sabes que lo que te quiere decir es importante.
Así mismo hay que actuar para oír a Dios.
A veces depende de la preparación inmediata a la oración (¿qué estaba viendo/escuchando justo antes de empezar?). Otras veces de factores que no podemos controlar.
Cuando no sea posible eliminar del todo el ruido interior/exterior por mucho que te esfuerces, siempre sirve incorporarlo al diálogo con el Señor, redirigir ese ruido hacia Dios para que a partir de allí comience el diálogo.
Es un camino muy libre, hay tantas maneras, como formas hay de hacer crecer una amistad. Busca “conectar” con Él como lo harías con un amigo.
Algo te desanima: (a) Porque crees que no es bueno, o (b) Porque piensas que tú no eres bueno, o sea, que no llegas o que no es para tí.
Piensa en las ganas que tiene el Señor de escucharte y de hablarte.
Por supuesto. Pero como orar se trata de diálogo, hemos de aprovechar esos medios para tener algo de qué hablar con Dios. No sería lógico que la mayor parte del tiempo se nos vaya solo en leer o escuchar una grabación..
Tú mismo irás dando fruto en tu día a día y a veces ni lo notarás. Cuando recuerdes en clases o el trabajo algo que hablaste en la oración, allí están los frutos, cuando tengas disposición y alegría contaste sin razón alguna... Cuando empiezas a decir: esto lo diré en la oración, allí están los frutos.
Cuando conversas con un amigo: ¿Te has ensimismado por un momento en tus pensamientos y luego te das cuenta de que tu amigo ha estado hablando y no sabes de qué? A Dios le importas, y mucho. Tanto que nunca deja de prestar atención, y hasta se pone en tu lugar cuando te distraes y te lo deja pasar. Lo bueno es que como sabe perfectamente el tema que te distrajo, ya de alguna manera lo puedes incluir en tu conversación con Él.
Tienes muchas cosas que hacer, muchos pendientes en qué pensar… pero debes dejarlo todo para hablar con Dios en la oración por unos minutos. Lo mejor para vencer este obstáculo es cortar todo uno o dos minutos antes (dejar de oír música, dejar de ver redes sociales, terminar la llamada, poner el celular en modo avión, etc.) aquello que produce ruido en tu mente.
Verás cómo en poco tiempo logras silencio interior que te permite conectar con Dios.
Preocuparse es estar pensando en lo que viene y no en lo que estás viviendo en el momento. Para hacer la oración, necesitas estar con Dios “Hoy y Ahora”. Puedes hablar de tus preocupaciones o anhelos con Dios perfectamente, pero en su contexto de que son cosas que ya pasaron o que pasarán.
Es la desgana o descuido para comenzar a hacer algo, para hacerlo como se debe y para terminarlo. Todos sentimos pereza de hacer cosas que suponen esfuerzo -y la oración, siempre supone un esfuerzo- pero depende de nuestras actitudes de fortaleza y perseverancia el seguir adelante con o sin ganas.
Una vez que comienzas, si te concentras, podrás tener con éxito tu conversación diaria con el Señor.
Es la sequedad del alma, y todos tenemos días así. La aridez se va. Y dura menos tiempo, mientras más empeño pongas en perseverar en hacer tu rato de oración aunque no tengas nada de ganas o no “te llame”. No dudes. Dios volverá a llenarte, volverás a escucharlo con claridad, volverás a sentir el calor del Amor de Dios. Pero en este momento Dios te pide que sigas adelante aunque “no lo veas”. Te pide un salto de fe.
Es un estado grave del alma, cuando la vida cristiana es indiferente. Es ese estado en el que “sé que esto es importante, sé que sería bueno para mí, pero igual no voy a hacerlo”. No es un momento aislado. Es un estado del alma. Solucionar esto no es tan fácil, pero si es posible. Necesitas buscar consejo en la Dirección Espiritual, necesitas lecturas que te den claridad y te den luces para volver al camino. En una palabra: reinventarte. Puede que te cueste, pero si lo quieres, lo lograrás. Recuerda que estás con “el amigo que nunca falla”.
Nada que ver. De hecho, es todo lo contrario. En todo caso, sería signo de coherencia, de unidad de vida, de fidelidad. Perseverar en la oración cuando no se tienen ganas es una de las señales del verdadero amor: ese que se mantiene firme a pesar de las dificultades.
A Dios también le interesa que en tu oración le hables de tu pasado o de tu futuro. Pero debemos cuidar que no surja ese monólogo típico de nuestra preocupación excesiva. Háblale de tu pasado con agradecimiento por su misericordia y su protección, y cuéntale lo que te preocupa del futuro con una petición llena de fe y de abandono en su paternal providencia.